Los procuradores de órganos acompañan a las familias de potenciales donantes en el inicio del duelo. Son médicos y enfermeras capacitados para dar malas noticias, ayudar en trasplantes y salvar a otros pacientes.
Los llaman buitres.
Suplemento Domingo.- Hace cuatro años el médico José Durán (35) escapó del ataque de una enfurecida familia en el hospital Sergio Bernales de Collique (Comas). Horas atrás, los agresores se habían enterado que uno de sus hermanos, un picapedrero de 40 años, murió por el impacto de una piedra en su cabeza.
La muerte cerebral estaba confirmada. Pero José Durán nunca había atendido al picapedrero. El motivo de la persecución era otro: el médico les dijo que podían donar los órganos de su hermano. Entonces, la familia antes de decir "no", lo buscó para golpearlo. No era un buen momento para tomar esa decisión. Pero más adelante tampoco lo sería: pronto los órganos dejarían de funcionar.
En el hospital nacional Cayetano Heredia, un padre de familia le dijo a la doctora Jessica Bedoya (40) que se aprovechaba del dolor ajeno y de la muerte de su hijo. El paciente tenía un daño irreparable en el cerebro. "Sí, sí, sé que tiene muerte encefálica y no-voy-a-do-nar los órganos", le gritó y acabó con toda comunicación.
A los médicos y enfermeros que aparecen cuando la vida se acaba los llaman injustamente "buitres". "Pero nosotros no buscamos muertes, sino vidas", reclama la enfermera Lady Muñoz (32). El nombre de esa ave carroñera se ha convertido en el desagradable apelativo de los 42 profesionales que apoyan a los deudos, buscan y detectan posibles donantes de órganos y, si la familia autoriza, coordinan trasplantes en los hospitales del Ministerio de Salud, EsSalud y Fuerzas Armadas. Sin embargo, su verdadero nombre es otro: procuradores de órganos.
En más de la mitad de casos, los procuradores reciben rotundos "no". Esa es la consecuencia de actuar en un campo minado: las horas posteriores a una muerte encefálica. En aquel momento el cerebro ya no funciona, el daño es irreversible, pero los órganos aún resisten. El corazón late y el cuerpo está tibio. Eso permitiría conseguir los trasplantes que 1.500 peruanos esperan cada año. Pero también le da falsas esperanzas a los deudos.
La tarea sería menos angustiante si el Perú no tuviera 2.6 donantes por millón de habitantes, o si en un año no donaran solo 78 personas. Pero esa es la realidad. Entonces, el trabajo tiene que durar 24 horas, siete días a la semana, Navidad, Semana Santa, 28 de julio. La búsqueda de posibles donantes se realiza en las salas de emergencia y en las Unidades de Cuidados Intensivos. Los procuradores de órganos llaman a los hospitales y clínicas para saber cuál es la situación de los pacientes, monitorean los noticieros y hacen seguimiento a los accidentes de tránsito. Persiguen la muerte en busca de una oportunidad de vida.
Y eso sólo es posible tras una muerte encefálica. En esos casos, el cerebro tiene una lesión severa y los órganos requieren medicamentos para resistir de 12 a 24 horas (en ese tiempo debería realizarse un trasplante). Puede ser consecuencia de un accidente vehicular, una caída, una agresión con arma de fuego en la cabeza, o de algún hecho en la que el corazón aún pueda latir. En esos momentos, el paciente ya no tiene reflejos, ni respira espontáneamente. En esos segundos, todo depende del corazón: si se detiene, el resto de órganos también lo hará. Y será para siempre.
En lo que va del año, en todo el país, 188 pacientes han sido diagnosticados con muerte cerebral. De ellos, solo 37 fueron donantes, según la Dirección de Donación y Trasplantes de Órganos, Tejidos y Células (DDTC). El resto fue un rotundo "no" de las familias.
El anuncio de la muerte
- Dar malas noticias es un arte.
En sus ocho años como procuradora, la doctora Yeny Guerra (36) ha dado malas noticias 800 veces. Pero aún no está preparada para recibirlas.
Cuando se confirma la muerte encefálica, el médico tratante tiene que dar la mala noticia a la familia. En ese momento, los procuradores solo observan en silencio. Pero más adelante pueden acercarse a los familiares y explicarles con mayor claridad lo que sucede. Ellos saben cómo dar malas noticias. De hecho, los preparan para hacerlo. Yeny ha sido profesora del curso Comunicaciones en Situaciones Críticas.
Las malas noticias nunca se dan en un pasadizo. El procurador debe hablar con los familiares en un ambiente aislado de ruido, sin mesas y con asientos. Al fallecido se le llama por su nombre y siempre se habla en tiempo pasado (vivió, disfrutó, los acompañó). "Nunca se dice 'finalmente, Dios tiene la última palabra'. Nunca", advierte la experta.
El procurador de órganos nunca debe acercarse a las familias mientras no se confirme la muerte encefálica. La noticia solo debe darse a conocer a los familiares directos. El médico -dicen las reglas no escritas- puede abrazar, llorar y rezar con las familias. "Todo está permitido, menos juzgar".
Una forma de vida
El último miércoles, el procurador del Instituto Nacional de Salud del Niño, José Durán, tenía los ojos rojos. Había dormido solo dos horas. Esa madrugada, después de dos meses, atendió un caso de muerte cerebral en la que la familia decidió donar. "Tan escasas son las donaciones que nos agarramos con uñas y dientes. Si no, no tendríamos otra oportunidad", dice. Luego, se detiene y va a lavarse la cara. Sus ojos se cierran del sueño.
En la mayoría de casos, el médico procurador debe confirmar la muerte encefálica, luego conversar con la familia y verificar si asimiló el fallecimiento. De ser el caso, procede a consultarle sobre la donación de órganos y la posibilidad de salvar vidas. Para hacerlo será necesaria una firma, el "SÍ" escrito en el reverso del DNI solo es un referente. Por eso, ahora, el ciudadano deberá firmar una declaración jurada expresando su voluntad.
Pero el último jueves, José Durán recibió una llamada a las 9:00 p.m: la familia de una joven de 24 años quería donar. El médico, que ya estaba en casa, aceleró el recorrido hacia una clínica de Miraflores. Al llegar, confirmó la muerte cerebral, habló con los padres y se oficializó la donación.
La joven que murió de un accidente cerebrovascular donó todo lo que pudo: su corazón, dos pulmones, el hígado, dos riñones y dos córneas. También entregó su piel, un tejido que pocos se animan a donar, pese a que solo se extrae de zonas no visibles. La piel de la donante anónima será usada en el tratamiento de los niños con quemaduras del Hospital del Niño de San Borja.
La muerte en la vida
Rafael Fernández (25) resistió un viaje de Ica a Lima y una operación a la cabeza. En setiembre del 2015 el joven quedó en coma luego de un accidente vehicular en la Panamericana Sur. Solo lo podían operar en Lima. Pero un día y medio después se confirmó su muerte cerebral. El corazón del joven ingeniero pudo detenerse en pleno viaje, en la clínica o durante la operación. Pero no lo hizo.
Ahora, los padres de Rafael están en Lima para contar su historia. Rafael y Gladys firmaron la autorización para la donación de los riñones y las córneas, los únicos órganos que podían trasplantarse. Lo hicieron porque su hijo lo había advertido años atrás. En esa familia la muerte sí era un tema de conversación.
La foto de Rafael Fernández está sobre un archivador de la Unidad de Procura del Hospital Guillermo Almenara, de Essalud. Ahí, las velas, los rosarios, un pequeño ángel y las fotos de otros jóvenes convirtieron ese espacio en un altar de donantes.
En esa oficina trabaja Jessica Román (41). El último jueves, por la mañana, la doctora se reunió con los padres de Rafael. Ese día, por la noche, tenía la misa de un donante. Jessica lloró por personas que nunca conoció en vida.
Los procuradores de órganos cumplen un requisito que nadie exige: tener un "SÍ" en el reverso de sus DNI. También dicen que donarían los órganos de sus hijos y de sus padres. Los procuradores están seguros de que su familia haría lo mismo con ellos cuando escuchen una mala noticia.
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