viernes, 23 de junio de 2017

El Mundo.es.- El humo es la causa principal de las muertes relacionadas por incendios, muy por encima de las quemaduras. Se calcula que la intoxicación durante un incendio es responsable de más del 75% de los fallecimientos relacionados con estos incidentes.
La intoxicación se produce al respirar los productos tóxicos fruto de la combustión durante el fuego. La inhalación por humo (una mezcla de partículas en combustión y gases) puede ocasionar desde graves problemas respiratorios con riesgo de muerte hasta irritaciones menores en las mucosas respiratorias.
La gravedad del cuadro dependerá de numerosos factores, como si el incendio se produce en espacios cerrados, la combustión de determinados materiales que contienen sustancias asfixiantes, el tiempo que la víctima haya estado atrapada en el fuego y un historial de enfermedades respiratorias, como asma.
El humo daña el organismo de tres modos diferentes: asfixia (la combustión consume el oxígeno disponible, que desciende a unas concentraciones por debajo del 15%), quemaduras en las vías respiratorias (la inflamación rápida de los tejidos quemados puede obstruir el flujo de aire a los pulmones) y los daños a nivel celular ocasionados por los tóxicos en combustión.
Y es que, además de acabar con el oxígeno disponible, el humo también acaba con la capacidad del organismo para transportar el oxígeno a la sangre (hipoxia tisular).
Los responsables de esta disfunción son los tóxicos principales del humo: el monóxido de carbono y el ácido cianhídrico (cianuro). El humo también puede contener otros tóxicos, como la acroleína, el fosgeno o el ácido clorhídrico que actuarán como irritantes en las vías respiratorias, que complicarán el cuadro. Su composición exacta variará en función de los objetos que se han quemado, la temperatura del fuego y la cantidad de oxígeno disponible, etc.
La muerte por inhalación de humo suele ser rápida. Algunos de los síntomas de esta intoxicación son tos, falta de aliento, ronquera, dolores de cabeza, irritación ocular, presencia de hollín en las fosas nasales y garganta, cambios agudos en el estado mental (confusión, mareos...) y pérdida de conocimiento.

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