Esta actividad permite fortalecer el área cognitiva, social y
emocional de los niños y los prepara para la vida adulta.
Salud en Casa.- Más allá de ser un pasatiempo, el juego es fundamental en el desarrollo de los niños. A través de esta actividad, fortalecen el área cognitiva, social, motora y emocional; ponen en práctica sus capacidades y asimilan experiencias de la vida cotidiana de una manera más natural y lúdica. “El juego es un ejercicio que permite la supervivencia y la adaptación del ser humano a las actividades que se realizarán en la vida adulta”, asegura Isabel Flores, coordinadora académica de Psicología de la Universidad Tecnológica del Perú (UTP).
El juego tiene
distintos tipos de beneficios para los niños. A nivel cognitivo, permite que el
infante madure el contenido y curso de sus pensamientos a través de la
experimentación y posterior comprensión de su entorno, según la psicóloga. “Garabatear
en un cuaderno, armar torres con cubos o saltar la cuerda permiten desarrollar
la coordinación óculo – manual, clave para iniciar el proceso de lectoescritura
y, con ello, potenciar el aprendizaje formal en la escuela”, explica.
Además, jugar tiene
un efecto a nivel emocional. Antes y durante el desarrollo del juego individual
o de equipo, los niños manifiestan habilidades emocionales que permiten afinar
aspectos esenciales para la vida futura. “Por ejemplo, armar rompecabezas puede
ocasionar confusión al inicio, pero el niño o niña usará el ensayo y error para
encajar las piezas y, emocionalmente, entrena la tolerancia a la frustración en
cada nuevo ensayo”, apunta Isabel Flores.
Asimismo, la
función social del juego se desarrolla a partir de los cuatro años del niño. “A
esta edad comienzan a organizar juegos compartidos y, para ello, se necesitan
capacidades comunicativas y de interacción social, las cuales van desde las
habilidades para iniciar una conversación, el entrenamiento en persuasión, la
reciprocidad, hasta fortalezas mucho más sofisticadas como la empatía”,
detalla.
Existen cuatro
tipos de juegos, según la coordinadora académica de la UTP.
Juego funcional. Consiste
en la repetición de actividades motoras con la finalidad de obtener algún
resultado. Usualmente es el predominante en los primeros dos años de vida. “Entre
los beneficios se encuentra el desarrollo sensorial y físico, equilibrio y
coordinación”, asegura. Por ejemplo, correr, lanzar pelotas, realizar mímicas,
etc.
Juego simbólico. Supone
representar objetos, personajes o situaciones que nacen de la imaginación del
niño o de lo que ha observado en la vida cotidiana. “Permite asimilar y
comprender los roles sociales y el desarrollo del lenguaje, es uno de los tipos
de juego que más promueven la imaginación y creatividad en los infantes”,
precisa. Algunos ejemplos: simular llamadas por teléfono, jugar con disfraces, entre
otros.
Juego de reglas. Suele
darse en su mayoría para practicar deportes o juegos de mesa. “Los beneficios
que se encuentran en el uso de normas están ligados a la socialización, pues se
debe tomar en consideración las opiniones de otros jugadores, utilizando el
lenguaje, memoria, atención, juicio crítico, persuasión, entre otras
habilidades interpersonales”, argumenta. En otro aspecto, también ayuda a
interiorizar lo que se pudo o no se pudo hacer en determinado momento y a sentar
las bases del autocontrol y la moral.
Juego de construcción. Tiende
a aparecer en el primer año y se mantiene como complemento de otros juegos. “Por
ejemplo, apilar un grupo de almohadas para formar un castillo, que lo llevará a
interpretar un papel ficticio; también se consideran las actividades de encaje,
como los rompecabezas. Entre los beneficios se encuentra la mejora en la
motricidad fina y gruesa, estímulo de la memoria visual, comprensión y
razonamiento espacial”, enumera.
Finalmente, la
experta recomienda priorizar los tipos de juegos clásicos y sostiene que el uso
de dispositivos electrónicos debe estar limitado a tiempos breves y estar
totalmente supervisado por un adulto responsable que retroalimente la actividad
que realiza el niño o niña. “Se debe limitar a 30 minutos como máximo en niños
hasta 5 años, y una hora para niños entre 6 y 11 años”, concluye.
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