Mientras el gobierno saliente presume de su millonaria inversión en infraestructura en el sector salud, la atención, el costado cualitativo, pone a flaquear a los números: los pacientes esperan más para ser atendidos en menos tiempo. Domingo conversó con médicos que reconocen la magnitud del problema.
Por : Renzo Gómez
-¡Amado!
11: 11 a.m. Una mujer de chompa rosada parpadea ante el llamado; se levanta de una banca de madera, y avanza, con las piernas arqueadas, y la mano derecha sosteniendo su vientre hinchado y desbordado. La puerta se cierra.
En el pasadizo, las demás mujeres –diez sentadas y cuatro paradas enfrente– conversan entre sí, pero con desgano. Algunas acarician su panza, con la mirada extraviada. Otras revisan el celular.
-¡Tenorio!
11:15 a.m. Han pasado solo cuatro minutos. Amado sale y Tenorio, que viste una casaca negra y una lycra roja, ingresa a paso lento.
-El doctor no ha llegado. Está un practicante que atiende rapidito nomás. Es el colmo, y una aquí esperando.
La voz de protesta le pertenece a Delfina Huanco –31 años, tres hijos, 38 semanas. Técnicamente, por calendario, a un par de semanas de dar a luz; sobre todo por las últimas horas en las que un fluido acuoso ha mojado, levemente, su ropa interior. Para eso ha venido. Para obtener certezas. Si es líquido amniótico sabrá que la hora se acerca. Si es orina o flujo habrá que esperar.
Todo esto me lo contará después. Ahora es imposible. Una voz, la misma voz, nos interrumpe tres minutos después a las 11:18 a.m. El apellido no se entiende, pero una señora, con el cabello amarrado, reacciona y acude.
Es la tercera en siete minutos. A ninguna la llamaron para uno de esos retratos mal tomados y al vuelo del DNI o para entregarle un vale por Fiestas Patrias. No, las llamaron para atenderlas en el consultorio de Alto Riesgo Obstétrico (ARO), ubicado en el primer piso, del Hospital Vitarte, en el kilómetro 7.5 de la Carretera Central. Leyó bien, Alto Riesgo Obstétrico.
Es la mañana del miércoles 27 de julio; son días de patriotismo galopante. Bastaría que alguien preguntara por un megáfono si hay algo que celebrar mañana para que las colas se desarmaran en reclamos. Pero el agitador no aparecerá, y las quejas erupcionarán aisladas, en medio de la resignación y la rutina.
Cifras azules y rojas
Según Aníbal Velásquez, exministro de Salud desde el jueves, el gobierno invirtió 7,038 millones de soles en infraestructura y equipamiento. De allí que se construyeran y remodelaran alrededor de 170 establecimientos de salud. Cemento ha sobrado. Está claro.
Hay otras cifras, no obstante, que hacen tambalear a estos avances, como la Encuesta Nacional de Satisfacción de Usuarios en Salud 2015 (ENSUSALUD). Si bien el nivel de satisfacción creció de 70,1% a 73,7% respecto al 2014, existen aspectos discutibles. Como el tiempo de duración promedio de una consulta médica que se redujo de 14,3 a 12,2 minutos (ver recuadro). O los 104,2 minutos, prácticamente dos horas, que tarda un paciente en ser atendido desde que pisa el establecimiento hasta que entra al consultorio. Son 22,8 minutos más que en el análisis del 2014.
No hay mayor ciencia: aunque diga sentirse satisfecho, vaya a saber uno por qué, el peruano espera más tiempo para recibir menos atención.
“Lamentablemente no brindamos la calidad deseada. Doce minutos no es lo ideal. Pero, ¿qué puedo hacer? En el Seguro la demanda es mucha y me he adaptado a las circunstancias”, dice, con conformidad gastada, Carlos Sandoval (49), geriatra, 23 años de experiencia profesional.
Cada día le asignan 20 pacientes para un lapso de cuatro horas. Ancianos que poseen más de una patología. Pero que, como las embarazadas de Vitarte, entran y salen.
Debate necesario
“(...) Solía emplear tiempo para escuchar a mis pacientes. Ahora debo utilizarlo para justificarme ante los auditores. Solía tener sentimientos. Ahora solo tengo funciones. Solía ser médico. Ahora no sé lo que soy”.
Cory Pérez (28), residente de Medicina familiar y comunitaria, me acaba de alcanzar su celular para mostrarme este mensaje, escrito por el octogenario médico argentino Salomón Schachter, que rebota desde hace unos años en las redes sociales.
Me lo muestra, como prueba de su desencanto. Su especialidad es, precisamente, la atención primaria en salud. Lo más cercano a los médicos de cabecera de antaño, aquellos que se preocupaban por el bienestar de toda la familia.
Sin embargo, el Ministerio de Salud (Minsa) aún no los incluye en el Cuadro para Asignación de Personal (CAP). Tanto allí, como en el Seguro Social, las plazas son escasas, y optan por doctores de medicina general. Como lo mencionó el oncólogo Elmer Huerta en una columna, el 70% de los problemas de la salud pueden ser solucionados por el sistema primario.
-Pueden crear cuatro hospitales más, y el sistema seguirá rebalsando. No es necesario ir al Rebagliati para curarme un resfriado.
Su frustración respecto al tiempo promedio que dura una consulta es la misma.
-A un paciente diabético, por ejemplo, yo necesito revisarlo de pies a cabeza, quitarle las medias, ver entre sus dedos para saber si hay insuficiencia vascular. Pero todo se ha reducido a qué tomó el mes pasado. Ya no se conversa. Se ha deshumanizado la carrera.
Desde hace un par de años, con la finalidad de estimular, se dispuso un bono anual de productividad al personal del Ministerio de Salud. Entre los indicadores de desempeño destaca el de 'productividad hora médico en consulta externa'. Es decir, un incentivo para quienes atiendan a más pacientes.
¿Esta buena iniciativa no corre el riesgo de convertirse en un arma de doble filo en almas perversas?
Edward Cruz, director general del Instituto de Gestión de Servicios de Salud (IGSS), el brazo del Minsa que se ocupa de administrar los hospitales y centros de salud de Lima, responde: “hay un riesgo sí, pero es un tema que se ha ido modulando. Se debe entender que hay un promedio general de consulta que no es aplicable a todas las especialidades”.
En el 2015, en Lima, todos los hospitales tipo III cumplieron con los indicadores del convenio de gestión por lo que recibirán el bono por desempeño en estas semanas.
Cruz resalta las estrategias que están impulsando: el plan 'Cero Colas', lanzado en mayo, a través del cual los pacientes contínuos sacarán su cita vía telefónica e Internet, y serán identificados por la lectora de barras (por el momento implementado en el Hipólito Unanue y San Juan de Lurigancho); y el plan de extender el horario de atención, actualmente de 8 a 2 p.m., hasta las 7 de la noche, con prestaciones complementarias.
Queda pendiente la historia clínica electrónica, cuyo diseño está en la última etapa según Cruz. Mientras se mantengan apiladas en fólderes manila, a la antigua, caminan por un hilo. Sin historias no solo se pierden minutos valiosos en la consulta, repitiendo preguntas básicas. También aumentan las posibilidades de incurrir en una mala praxis, precisamente por no tener la data adecuada.
“En Colombia hay inconvenientes con las citas que deben estar en 72 horas y demoran más, pero cuando el paciente está frente al médico no hay mayores problemas”, dice Astolfo Franco, gerente de garantía de calidad de atención médica en el Centro Médico Imbanaco en Cali, y ponente de la conferencia HAC 2016 (del 8 al 10 de agosto en el Centro de Convenciones Alcides Carrión), donde 40 expertos discutirán el tema.
Que se abra el debate. El cemento no lo es todo.
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