domingo, 30 de julio de 2017


Por: Milagros Berríos

Suplemento Domingo.- —Se congeló.
Fabiola León-Velarde llevaba varios minutos sin encontrar a su hijo de seis años alrededor de una laguna, a 4.800 metros sobre el nivel del mar. La entonces tesista de treinta años lo había llevado a una expedición científica a seis horas del centro de Junín, un lugar cuyo nombre no recuerda y donde el granizo y la temperatura no paraban de caer. Gianpiero había insistido en acompañar a su mamá desde Lima, como aquella primera vez cuando tenía cuatro años.

Poco antes de su desaparición, el pequeño miraba cómo su mamá comenzaba un experimento. Fabiola —bióloga aspirante al doctorado en Fisiología— ingresaba a las pequeñas venas y cámaras de aire (por donde respiran los embriones) de los huevos de gaviotas andinas, gallaretas y patos punta anidados cerca de la laguna. Buscaba, con precisión, extraer muestras de sangre del interior. Y así lo hacía. Poco después, una vez concluido el procedimiento, volteó en busca de su acompañante. Pero él ya no estaba.
—¡¿Mi hijo?!
La infructuosa búsqueda hizo que Fabiola imaginara el peor escenario bajo cero. Sin embargo, Gianpiero estaba escondido detrás de un árbol, echado, cubierto con las mantas de los equipos científicos.
Hoy, Fabiola León-Velarde, con 61 años, ríe con la tranquilidad de quien conoce el buen final de una historia.

La investigadora

Durante cinco años, dos veces al año, la actual presidenta del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec), viajaba hasta las lagunas ubicadas a más de 4 mil m s.n.m. para estudiar a las aves que tienen una exitosa reproducción en la altura. La fisióloga tuvo que realizar análisis dentro de laboratorios portátiles en modestos restaurantes de la Carretera Central, tolerar las bajas temperaturas, y actuar con astucia cada vez que las aves les lanzaban excremento para proteger sus nidos. El resultado: conocer que estos huevos podían desarrollarse pese a que reciben la mitad de oxígeno que aquellos empollados al nivel del mar.
El camino para conocer la altura tomó años. A Fabiola la acompañó su maestro Carlos Monge Cassinelli, el más importante especialista del Mal de Montaña Crónica, jefe del departamento de Medicina del hospital Cayetano Heredia, médico al que llamaban "Choclo". Monge era el padre de un compañero con quien iba al laboratorio de Biofísica. "¿Me puedo quedar, me puedo quedar?", le insistía a su amigo. Poco después, cuando ingresó a la Cayetano, pidió que la dejaran practicar allí. Durante un año se dedicó a lavar las pipetas y las jaulas de los ratones.
En el mundo hay muy pocos males con nombres de peruanos. Uno de ellos es la Enfermedad de Monge (Mal de Montaña Crónico o Soroche crónico), descubierta por el abuelo de su amigo y estudiada durante más de cuarenta años por ella. No es el clásico soroche. Es un mal que solo afecta a las personas que nacen y viven a más de tres mil m. s.n.m. Una enfermedad que les arrebata la capacidad de vivir en la altura y que —antes de los estudios del equipo de la fisióloga— solo desaparecía si es que los pacientes se trasladan a un lugar al nivel del mar.
Por esa investigación, Fabiola ha evaluado a más de 400 mineros, a miles de pobladores de Cerro de Pasco para conocer si era un problema de salud pública u ocupacional y hasta midió la tolerancia a la altura de la selección peruana de fútbol de Freddy Ternero. También descubrió que las mujeres están protegidas antes de la menopausia del Mal de Montaña, y participó en el hallazgo de una terapia para combatir la altura: el fármaco acetazolamida.
Monge era el maestro, amigo y padre científico de Fabiola. Pero su padre de sangre era Carlos León-Velarde, un veterinario arequipeño, amante de los inventos que, en lugar de solo darle respuestas, le entregaba una enciclopedia y le decía: "Búscalo". Una vez a la semana la llevaba a cazar renacuajos, y cuando ella le pedía regalos, él, a cambio, le decía que escriba sobre héroes.
Su madre Juana Servetto, uruguaya, ama de casa, le contaba a sus amigas que su pequeña hija no dejaba de hacerle preguntas como: ¿por qué la gente bosteza?, ¿por qué la gente ve?, ¿por qué sale la orina? Hoy la científica de más de 60 años se dice: “¡¿Cómo a la gente no le puede interesar cómo funciona su riñón?!”.

La mujer del Concytec

Hace poco más de dos semanas, cuando el Ejecutivo la designó como presidenta del Concytec, un medio de comunicación cuestionó la decisión titulando: PPK nombra en Concytec a la esposa del (congresista) oficialista (Gino) Costa.
—¡Este va a ser un tema delicioso! —recuerda que dijo en aquel momento —. Todas las mujeres me van a defender.
En el Perú, donde uno de cuatro investigadores es mujer, la fisióloga se ha convertido en la segunda presidenta del órgano rector de la ciencia al suceder a Gisella Orjeda.
Ha sido profesora, vicerrectora de investigación y rectora de la Universidad Cayetano Heredia. Tiene más de 150 artículos en revistas internacionales y libros sobre la adaptación a la altura. Ha sido investigadora asociada de la Universidad de París XIII y Fellow de Queen's College (Universidad de Oxford), miembro de la American Physiological Society y de la International Society for Mountain Medicine. También ha sido reconocida con premios como el Hipólito Unanue, el Orden de Mérito de la Mujer Peruana y el "Caballero de la Legión de Honor" del gobierno francés. Una biblioteca de títulos.
Ahora tiene en las manos un sector hasta hace poco olvidado: menos del 1% del PBI se destina a la ciencia e innovación. "El investigador es ese señor que en el Perú no existe. Queremos llegar a un punto donde no tengan que pensar de qué van a vivir". Por eso apuntará a la carrera del investigador, programas de repatriación, tecnologías del futuro, alianzas con el sector privado, inversión en recursos humanos e infraestructura. "Tenemos poco, sí. Pero hay que invertir más. Este es un camino correcto y sin retroceso”.
El neurobiólogo Edward Málaga, fundador del único laboratorio que estudia enfermedades neurodegenerativas en Latinoamérica, comenta que si hace unos años León-Velarde no respaldaba su propuesta, no hubiera podido iniciar esta investigación que busca evitar el desarrollo del Alzheimer a partir del análisis de embriones de peces cebra. "Es una de las mejores exponentes femeninas de la ciencia en el Perú".
La música Silvia Talisa, amiga del barrio de Fabiola, con quien se comunicaba desde la azotea con lenguaje de señas, y con quien era la "pareja tempestad", recuerda que a los doce años ambas prometieron que serían médicas para ayudar a la gente. "Fabiola era la mente, yo era la acción".
Ahora, en su oficina del Concytec, León-Velarde comenta que hasta este año fue mentora de investigación en la universidad Arturo Prat de Chile. Recuerda que el día que la designaron recibió un correo: “No me digas que ya no vas a venir”. Fabiola tendrá que hacer un breve receso a lo que le ha dedicado tantos años. "No creo que me dejen ser mentora ¿no? —pregunta a su asesora y sonríe—. Voy a preguntarle al presidente".

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